Q es por queer

Queer: una historia gráfica, obra creada por Barker y Scheele, traza unos márgenes tendientes a desbordarse al tiempo que revela una invitación a seguir indagando más allá de los límites humanos.

En 1970, antes de que The Kinks lanzara el sencillo «Lola», la BBC le pidió al grupo inglés que cambiara la letra. La banda estaba de gira por Estados Unidos, así que su vocalista, Ray Davies, viajó de Nueva York a Londres para grabar: «I met her in a club down in old Soho / Where you drink champagne and it tastes just like Che­rry-Cola». Expurgada la Coca-Cola de la canción para evitar su publicidad, la censura pasó de largo la «dark brown voice» de Lola o que «she walked like a woman but talked like a man», la falta de en­cuadre en el rol de género —«I’m not the world’s most physical guy […] passionate guy […] masculine man»— y no se digan los cam­bios de sexo: «Girls will be boys and boys will be girls / It’s a mixed up, muddled up, shook up world». La cadena británica prohibió la mención a la marca de bebidas, pero el mundo estaba cambiando sin que se diera cuenta. La subversión de género pasó sin problemas en radio y televisión.

A finales de siglo, ese mundo confuso y en persistente cambio será catalogado de queer. En lugar de tomarlo como insulto ante lo que está fuera de la norma, el activismo y la academia de Estados Unidos y Gran Bretaña recuperó la palabra para colocar en el cen­tro de la discusión a las prácticas sexuales marginales. Nació una teoría que, más que explicar, cuestionaba la verdad; en lugar de comprender, buscaba problematizar; en vez de dar respuestas, hacía más preguntas. La teoría queer es equívoca, contradictoria, confusa, pero no por eso menos valiosa que otras aproximaciones teóricas. No requiere de simplificaciones, sino de llevarla a la calle para su pues­ta en escena, como lo hace Queer: una historia gráfica de Meg-John Barker y Julia —ahora se llama Jules— Scheele.

En principio, no hay que engañarse: el uso de ilustraciones, vi­ñetas y bocadillos propios del cómic no lo hacen un libro sencillo, sino accesible, fácil de leer, pero que implica mucha reflexión. Más que una introducción abstracta al tema, es una invitación a pensar y actuar de manera queer. Se trata de encontrar las oposiciones bina­rias que dominan y excluyen las diferencias —masculino / femenino, naturaleza / cultura, pene / vagina— para hacerlas estallar. Es una apuesta contra las esencias supuestamente inmutables, afronta que exista una sola naturaleza humana invariable a través del tiempo, con el fin de poder pensar de manera diferente.

Se presenta un desplazamiento de interés: ya no importan tanto las identidades —a partir de las relaciones sexuales se definen a las personas: hetero, homo, lesbo…— como la práctica que se vive: el sexo no es develar quién se es, sino descubrir placer en él. No hay que ser queer, sino queerizar (to queer), en actuar cuestionando las im­posiciones de la sociedad patriarcal. Esta teoría no es un punto de partida ni de llegada, sino que siempre está a mitad del recorrido. El carácter inacabado, por momentos fragmentario, ocasiona que la teoría queer se vuelva más un flujo de ideas y de acciones que un cuerpo fijo de conocimientos o una agenda política precisa.

Este estar haciéndose, el nunca mantenerse en un mismo sitio, convierte a la teoría queer en un desafío para las normas. La hetero­sexualidad, presentada por el patriarcado como natural y norma­tiva, se cuestiona por imponerse sobre otras formas de expresión sexual. A partir del concepto de género, es posible desafiar la ma­triz heterosexual (ver gráfica). El género se califica como performance porque no se considera algo estático, sino la representación del sexo que marca a los cuerpos. No es una característica permanente, sino más bien un manto cultural sobre las personas. El género se en­cuentra en la encrucijada entre el sexo y el precepto, pero también otras condiciones marcan los cuerpos: la raza, la discapacidad, la migración, la economía…

La teoría queer recoge ideas de feministas afrodescendientes, per­sonas con discapacidad, no binarias, asexuales e intersexuales, sin olvidar a trans, quienes denuncian su marginación dentro de la mis­ma teoría. Esta omisión permite observar que hay quienes tienen menos presencia en la escena queer. Frente a esta exclusión, la teoría se abre hacia otras la­titudes, la mirada se vuelve a África, América Latina, Asia y explora otras maneras de en­tender la sexualidad humana.

Queer: una historia gráfica es un esbozo en muchos sentidos: Barker y Scheele trazan unos márgenes tendientes a des­bordarse, pero que al filo del borde se revela una invitación a seguir indagando más allá de los límites humanos. Por esa razón, se puede continuar con la lucha por un mundo más abierto con inclusión.

Queer, una historia gráfica

Meg-John Carter y Jules Scheele

Melusina Editorial, 2017.


Redacción


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Punto Dorsal #4
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Punto Dorsal
Punto Dorsal, Revista de cultura política es una publicación periódica de difusión de la cultura política y de la participación ciudadana de la Comisión Estatal Electoral Nuevo León.

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