La política en tiempos de las redes

Las redes sociales son parteras de formas diferentes de hacer política. Así lo muestran insurgencias como la Primavera Árabe, Occupy Wall Street, La Nuit Debout, y, en México, #YoSoy132 y las protestas por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

La web 2.0 y los instrumentos de acceso a ella abaratan el costo de entrada en la esfera pública, aumentan la densidad comunicacional, reducen los riesgos personales de la participación, hacen que la información circule a velocidades vertiginosas y que el esquema de acciones/respuestas sea igualmente veloz, sirven para empoderar, para exigir rendición de cuentas de las autoridades y crean la figura del espectactor que subvierte la distinción entre observar y actuar.

Nuestros celulares son las hachas de nuestros antepasados

En el siglo XX el acceso a la esfera pública requería una organización, una estructura de mando y simpatizantes para solventar gastos y difundir las propuestas; un medio de comunicación; acceso a la imprenta para volantes, panfletos y libros que distribuían los simpatizantes; una dirección donde reunirse y recibir correspondencia; e instrumentos especializados, como máquinas de escribir, tinta, papel y algún medio de impresión.

Esto comenzó a cambiar con el fax, las computadoras de escritorio, las laptops, los teléfonos celulares y luego inteligentes, así como las tabletas. La Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2019 reporta que en México 80.6 millones de personas tienen acceso a internet (IFT, 2020). Según el censo de 2020 la población total es de 126 millones de personas. Si se descuenta a los menores de seis años, 70% de la población accede a internet. En 2015, 39.2% de los hogares tenía acceso a internet y en 2019 subió a 56.4% (INEGI, 2019). Los datos indican que los usuarios son predominantemente jóvenes.

El grueso de los usuarios se ubica en la franja de 18 a 44 años, con una brecha digital que refleja las desigualdades de ingreso y capital social. Desempleados, campesinos pobres, estudiantes y trabajadores que viven con el salario mínimo difícilmente cuentan con computadora o acceso a la red en sus hogares. No obstante, los excluidos no siempre se quedan al margen, en parte porque acceden a redes en el colegio, cibercafés, sitios públicos de wifi gratuito y, en los últimos años, mediante la telefonía móvil.

Los datos de telefonía son sorprendentes: 86.5 millones de mexicanos cuenta con teléfonos celulares, y de estos, nueve de cada 10 (88.1%) cuenta con un teléfono celular inteligente que le permite navegar en internet y acceder a redes sociales (IFT, 2020). La gráfica de esta página muestra que el teléfono celular es decisivo: más de 90% de los usuarios usan sus teléfonos inteligentes para navegar (Riquelme, 2019). La conectividad se extiende y la comunicación se densifica.

Los celulares son como las hachas de nuestros antepasados porque nos acompañan a donde vayamos, e internet nos rodea inalámbricamente como una atmósfera en la que respiramos información. El uso de las redes es democrático, pues no requiere educación universitaria o conocimientos de informática. Las redes son una plaza pública: subsisten diferencias de clase y culturales, pero cualquiera se siente autorizado para dirigirse a cualquier otro.

Menos costo de acceso, más comunicaciones

Esto modifica algunos aspectos de la política al reducir el costo de acceso a la esfera pública. Colectivos sin recursos, estructura organizativa, reconocimiento formal o siquiera una dirección física pueden conectarse con sus afines a través de las redes sociales a partir de un proveedor de servicios de internet (ISP), un celular o un cibercafé. Los blogs, cuentas de Twitter e Instagram o páginas de Facebook son ventanas que les dan visibilidad. Permiten que gente desconocida se entere qué andan pensando otros, qué cosas les molesta y hace que la información circule de manera gratuita e interactiva. Aplicaciones como WhatsApp permiten crear grupos y articular debates entre miembros de un colectivo de manera rápida y económica.

Las protestas antiautoritarias de la Primavera Árabe ocurridas en 2011 fueron el primer laboratorio de experimentación con redes sociales para las protestas. Luego del asesinato a golpes de Khaled Said en manos de la policía egipcia, el ingeniero de Google Wael Gonim creo la página de Facebook «We are all Khaled Said» para expresar su indignación. La página alcanzó 100,000 seguidores y motivó a que la usaran para convocar la protesta que eventualmente llevarían a la acampada en la Plaza Tahrir en la capital, El Cairo. Los activistas carecían de una infraestructura organizativa preexistente; las redes fueron imprescindibles para coordinar las acciones.

La interacción en la red permite generar opinión pública acerca de leyes y políticas gubernamentales, pero también ayuda a impulsar iniciativas en las calles. Dice Manuel Castells: «La Revolución de Internet no invalida el carácter territorial de las revoluciones a lo largo de la historia. Más bien lo extiende del espacio de los lugares al espacio de los flujos» (2012, p. 71).

La red incrementa la velocidad de circulación de información

La interacción se vuelve barata, instantánea e intensa: la densidad del contacto entre la gente y la velocidad de circulación de la información han crecido de manera exponencial. Su precedente es CNN, el primer canal de noticias con transmisión las 24 horas desde 1980. CNN rompió con los horarios preestablecidos de los noticieros (matutino, a la hora de la comida y de la cena) y nos colocó en un mundo en el que la información se volvía planetaria y continua.

La red es como un canal de noticias 24/7: no tiene un botón de off. En ambos hay artículos y comentarios de periodistas y opinólogos, pero su manera de elaborar la información es distinta. En internet el enorme volumen de información no es procesado e interpretado por unos pocos profesionales (editores, secretarios de redacción, etcétera), sino por la ciudadanía de a pie. Esto hace que la red tenga menos cadeneros que controlan el flujo de ideas y opiniones. A veces esto lleva a una saturación de información y a reflexiones de calidad dudosa, cosa que un motor de búsqueda como Google resuelve parcialmente. En esto las redes se asemejan al igualitarismo de las calles: nada garantiza que la palabra de un licenciado sea más válida que la de cualquiera que desee tomarla. El flujo permanente de información crea una nueva modalidad de guerra sucia entre actores políticos y sociales, en parte a través de la minería de datos y en parte por los caminos más agresivos de los bots, software asociado con cuentas de Twitter creadas y usadas por partes interesadas para simular una opinión favorable o negativa sobre un tema en la red.

Tal como en los espacios físicos, la circulación de la información en las redes afecta las relaciones entre los actores, pero su aceleración también aumenta las jugadas y contrajugadas de los participantes. Casi cualquier declaración, iniciativa o movilización tiene una respuesta inmediata. Si alguien critica una política gubernamental o a un candidato, en cuestión de minutos ya hay mensajes de quienes están en desacuerdo. A veces las respuestas son de buena fe, en otras ocasiones son con memes que ponen humor a las controversias políticas, económicas o artísticas, pero a veces también provienen de trols y bots que solo buscan enrarecer un debate.

La relación estratégica de jugadas y contrajugadas no se da solo entre los defensores de la libertad. Seva Gunitsky (2015) examina los usos antidemocráticos de las redes para generar estabilidad autoritaria en regímenes como los de Rusia, China y el Medio Oriente. Disidentes crean páginas y hacen circular mensajes que denuncian la corrupción o el abuso de poder de las autoridades. Los gobiernos, dice Gunitsky, se han dado cuenta de que no siempre es necesario bloquear esas páginas. A veces les es más productivo usar las redes para instigar a sus seguidores a que acosen a miembros de agrupaciones contrarias al Gobierno o monitoreen y ataquen sitios de internet de quienes les critican. Usan las redes para diseminar propaganda de manera más eficiente, emprender campañas de contrainformación y moldear el discurso en el ciberespacio de manera más precisa y adaptativa al usar, por ejemplo, denuncias de corrupción para iniciar juicios ejemplares, casi siempre de oficiales de rango medio y bajo (Gunitsky, 2015, pp. 44-46).

La red como terreno de lucha y para exigir rendición de cuentas

Los trabajos pioneros del Critical Art Ensemble (1996) sobre internet reconocieron que era un nuevo medio de comunicación y un terreno de lucha, lo cual inspiró a la primera oleada de hacktivistas en la década de 1990, desde los Electrohippies al Electronic Disturbance Theatre que apoyó al Ejercito Zapatistas de Liberación Nacional  para crear una red en su apoyo. Anonymous es la encarnación más reciente de ese espíritu. Las redes hacen posible un empoderamiento diferente del electoral. Si las elecciones permiten decidir quiénes van a ser nuestras autoridades políticas, el uso de redes nos abre a nuevos modos de exigir rendición de cuentas en las democracias electorales.

La vía habitual es exponer malas prácticas de los gobernantes, abusos de poder, casos de corrupción o simplemente la prepotencia de funcionarios. El ejemplo emblemático es WikiLeaks, fundado por Julian Assange, que entrega información a periódicos y la pone a disposición del público en sitios de internet. Sin embargo, la rendición de cuentas puede ser con acciones menos heroicas, pues cualquier persona con un teléfono inteligente puede filmar a un diputado que se estaciona en un lugar reservado para discapacitados o a un funcionario recibiendo o pidiendo un soborno. Incluso permite exhibir a gente que actúa con prepotencia al presumir buenas conexiones con los poderosos, como fueron los casos de Lady Profeco, Ladies de Polanco, Lady del Senado y el Gentleman de Polanco.

La denuncia no siempre permite enjuiciar al mal Gobierno, pero al menos ayuda a exponerlo.

Los espectactores, lugar que combina observar y participar en la red 2.0

Hay gente que quiere cambiar el mundo, pero no lo quiere hacer todo el tiempo, y aun menos si hacerlo implica el riesgo de violencia por enfrentamientos con la policía, con manifestantes opuestos a ellos o con provocadores infiltrados.

Las redes sociales ofrecen modos de participación menos riesgosas, como la clickdemocracia de plataformas como Avaaz o Change.org, aunque también sirven para reducir la exposición de la gente a la represión física. Castells lo ilustra con la revolución egipcia.

Internet proporcionaba el espacio seguro donde las redes de indignación y esperanza conectaban. Las redes formadas en el ciberespacio extendían su alcance al espacio y la comunidad revolucionaria formada en las plazas públicas resistió con éxito esta vez la represión policial y se conectó mediante redes multimedia con el pueblo egipcio y el resto del mundo (Castells, 2012, p. 91). Protegía a la gente y extendía el alcance de la revolución que se desarrollaba en el espacio físico de Plaza Tahrir.

En Egipto, los videos subidos a YouTube y mensajes enviados por Twitter registraban acciones represivas y documentaban la identidad de los policías involucrados, luego aparecían en la prensa y las redes sociales de todo el planeta. Esto amplificaba su acción y generaba una seguridad virtual: alguien, en algún lugar de un planeta con 24 husos horarios, estaría leyendo mensajes o viendo por streaming las imágenes de lo que estaba pasando en una marcha o acampada. Las autoridades que ordenan o avalan la represión de los manifestantes saben que las redes son los ojos y oídos de sus críticos.

Las redes generan una zona gris en la que es difícil establecer si algo que «ocurre» en redes sociales cuenta como ver y decir o si «ocurre» también en el plano tradicional del hacer. Augusto Boal, activista y director de teatro brasileño, acuñó la palabra espectactor para describir al espectador como actor. Lo usó para desestabilizar las fronteras ente la audiencia y lo que ocurre sobre el escenario. Veía al espectactor como parte de una pedagogía política: el público asume un papel activo (se compromete) para transformar el entorno vivido de subordinación y miseria (1980, pp. 13-24). En el caso de internet podemos hablar del espectactor para desestabilizar la distinción entre actores (políticos o de otro tipo) y espectadores, entre quienes hacen y quienes hablan acerca de algo. Las redes actualizan y radicalizan el carácter borroso de las fronteras entre observar y actuar.

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Referencias

Boal, Augusto (1980). Teatro del oprimido 1. México, D. F.: Nueva Imagen.

Castells, Manuel (2012). Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era del Internet. Madrid: Alianza Editorial.

Critical Art Ensemble (1996). Electronic Civil Disobedience. Recuperado de http://critical-art.net/electronic-civil-disobedience-1996/ en julio 2021.

Gunitsky, Seva (2015). «Corrupting the Cyber-Commons: Social Media as a Tool of Autocratic Stability», Perspectives on Politics, vol. 13, no. 1, pp. 42-54.

INEGI (2019). Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDIUH). Recuperado de https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/534997/INEGI_SCT_IFT_ENDUTIH_2019.pdf en julio 2021.

IFT (2020). «En México hay 80.6 millones de usuarios de internet y 86.5 millones de usuarios de teléfonos celulares», Instituto Federal de Telecomunicaciones. Recuperado de http://www.ift.org.mx/comunicacion-y-medios/comunicados-ift/es/en-mexico-hay-806-millones-de-usuarios-de-internet-y-865-millones-de-usuarios-de-telefonos-celulares en julio 2021.

Riquelme, Rodrigo (2019). «Número de usuarios de internet en México muestra su menor crecimiento en más de 10 años», El Economista. Recuperado de https://www.eleconomista.com.mx/tecnologia/Numero-de-usuarios-de-internet-en-Mexico-muestra-su-menor-crecimiento-en-mas-de-10-anos-20190513-0062.html en julio 2021.

Notas

Este artículo retoma algunos de los puntos desarrollados en un documento preparado para el proyecto PAPIIT IN 308313 «Política viral y redes», financiado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) y basado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

Fuente de las gráficas de páginas 36 y 37: Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares, (ENDIUH), INEGI, 2019.

AUTOR

Benjamín Arditi

Es profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

Autor

Punto Dorsal
Punto Dorsal, Revista de cultura política es una publicación periódica de difusión de la cultura política y de la participación ciudadana de la Comisión Estatal Electoral Nuevo León.

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