El miedo se ha utilizado como una estrategia de control y persuasión a lo largo de la historia, tanto en sistemas políticos totalitarios y autoritarios como democráticos. Desde la Antigüedad, cuando se temía a la furia de los dioses y a la ira de la naturaleza y las pestes. Después, el miedo a las guerras producidas por la disputa de los imperios por territorios y riquezas, ante los efectos devastadores que las confrontaciones bélicas generaban.
En tiempos más modernos, bajo regímenes autoritarios y totalitarios, existía miedo al comunismo o al militarismo; los gobernantes tiranos se legitimaban en el poder por el uso de la fuerza y la instauración de una política del terror hacia sus opositores. Hoy, bajo sistemas democráticos, se usa también el miedo a la criminalidad y la violencia, al narcotráfico, a la debacle económica, a la pobreza, a la corrupción, al comunismo, a los radicalismos y al terrorismo, entre otros.
Tener miedo resulta algo normal en el ser humano. De hecho, el miedo es la forma más común de organización del cerebro primario de los seres vivos. Se trata de un esquema orgánico de supervivencia, que se encuentra en la mente. Es una advertencia emocional de que se aproxima algún daño sea este real o ficticio. De esta forma, el miedo es una emoción que sirve para intentar escapar o evitar peligros y amenazas, reales o irreales, para asegurar la supervivencia.
La construcción y el ejercicio del poder político se sustentan, en parte, con base en la movilización de las emociones y sentimientos del ser humano. Ya no se apela a la razón, sino al sentimiento y la emoción de los votantes. En esta estratagema, el miedo, se ha instituido como un instrumento pragmático de la política, y usado también para ganar elecciones en democracia (Robin, 2004).
Desde la perspectiva psicológica, el miedo es considerado como una de las más antiguas emociones humanas y un factor motivacional que genera diferentes reacciones psíquicas y conductuales que afectan al sujeto, las cuales inhiben o provocan distintas repercusiones. De acuerdo con Quintanar Díez (1998), el miedo es la emoción
choque de defensa ante un peligro eminente (real o putativo), por lo general externo, reconocido como tal por el individuo que lo experimenta.

EL MIEDO COMO ESTRATEGIA DE PERSUASIÓN
El miedo como instrumento de la política ha sido estudiado por diferentes teóricos del poder. Por ejemplo, Hobbes (1987) consideraba que la sociedad está fundada sobre el miedo y que sin miedo no habría política. De hecho, Hobbes consideraba que la política es una respuesta al miedo. Por su parte, Maquiavelo, en el siglo XVI, pensaba que el miedo es un determinante substancial del comportamiento del ser humano. Por esa razón aconsejaba que «es más importante ser temido que ser amado».
Marco Tulio Cicerón suponía que todo mundo se mantiene en un estado de miedo constante y que el hombre moldea su comportamiento ya sea por la ignominia, la esperanza o por el miedo. Sartre (1978) señalaba que el hombre es, a la vez, miedo y angustia. Por último, el ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, solía decir «que muchos tienen un precio y los otros, miedo», con lo cual entronizaba el soborno y el terror como política de persuasión nazi.
Goebbels afirmaba que, en afán de lograr la persuasión, era necesario apelar en algunos casos al amor, otros al miedo, a la ira, la esperanza o a la culpa. En otras palabras, la política es un campo fértil en la que el miedo siempre está presente, en sus diferentes manifestaciones, niveles y usos, el cual afecta a diversos grupos e individuos, ya que puede dar lugar a distintas acciones conductuales o a diversas formas de acción evitativas.
De acuerdo con Hilb (2005), en la relación entre miedo y política se pueden encontrar dos corrientes teóricas centrales: la hobbesiana, la cual entiende la política como una respuesta al miedo; y la otra próxima a Montesquieu, en la que el orden
es sinónimo de seguridad. Esta autora afirma que el miedo parece ser el principio de acción que da forma al vínculo político de las «democracias reales contemporáneas». De acuerdo con su concepción, el miedo genera y, muchas veces, condiciona el comportamiento político de los individuos, por lo que es utilizado como estratagema para alcanzar ciertos propósitos, algunas veces perversos, en las democracias modernas.
Al respecto, Fernández (2006) señala que, si el Estado no tuviese enemigos, habría que inventarlos. Sin enemigos temibles (reales o imaginarios) es débil; pues el poder necesita, por encima de todo, que la población tenga miedo. Mientras que el Estado se haga enemigos, la población vivirá con miedo y cuando la gente siente miedo, aquel está a salvo.
El miedo ha sido una estrategia antiquísima, más o menos eficaz, usada en la política por distintos líderes y partidos de diferente impronta ideológica, ya que lo mismo lo han utilizado los Gobiernos tanto de izquierda como de derecha, como partidos liberales, demócratas o republicanos.
El miedo es un gran movilizador de emociones, lo que genera ciertos efectos en la conducta de los individuos, por ese motivo ha sido utilizado con éxito durante muchos años por los políticos. Mira y López (1957) señala que el miedo es un testimonio emocional que genera efectos concretos en la conducta del hombre. Por su parte, Ángel Rodríguez Kauth (2004) afirma que el miedo es el gran motor dinamizador de la evolución del hombre. El miedo genera lucha o fuga; en algunos casos impera el combate y, en otras, prima el escape o la huida.
Si el miedo genera efectos e incide en la conducta y comportamiento de los ciudadanos, entonces la clase política acude a este artilugio como estrategia para tratar de alcanzar sus objetivos de alcanzar o mantener el poder. De esta forma, el miedo se convierte en la táctica central para tratar de convencer a las multitudes de que sus adversarios representan ciertos riesgos y pueden generarles distintos daños y perjuicios.
Debido a esta influencia, el miedo ha sido una estrategia antiquísima, más o menos eficaz, usada en la política por distintos líderes y partidos de diferente impronta ideológica, ya que lo mismo lo han utilizado los Gobiernos tanto de izquierda como de derecha, como partidos liberales, demócratas o republicanos. La usó Margaret Thatcher en la Gran Bretaña, Ronald Reagan en los Estados Unidos de Norteamérica, y hoy lo utiliza también Javier Milei en Argentina o Nicolás Maduro en Venezuela.

EL MIEDO EN LAS CAMPAÑAS PRESIDENCIALES EN MÉXICO
El miedo ha sido utilizado como estrategia política a lo largo de la historia de las campañas electorales en México. Desde la primera campaña presidencial realizada en 1828, la estrategia del miedo estuvo presente en la «justa electoral». Desde entonces, la gran mayoría de las campañas electorales presidenciales de este país han apelado al miedo como estrategia para tratar de persuadir a los votantes y, de esta forma, acceder a los puestos de representación pública. A continuación, se señalan algunos ejemplos.
En la elección presidencial de 1828, los tres candidatos (Manuel Gómez Pedraza, Vicente Guerrero y Anastasio Bustamante) apelaron al miedo para tratar, por un lado, de ganar votos a favor de su causa política y, por el otro, de tratar de retirarle sufragios a sus adversarios. De esta manera, Gómez Pedraza acusó a Vicente Guerrero, su principal adversario, de ser proclive al armamentismo y representar la opción política ligada a la violencia, ya que Vicente Guerrero fue jefe de la insurgencia durante el movimiento de Independencia e integrante del Ejercito Trigarante que logró consumar la emancipación de México. Por su parte, a Gómez Pedraza sus rivales lo atacaron señalándolo como representante de los intereses de los españoles y de los caciques regionales. Se decía que, de ganar la elección, regresarían al país los Gobiernos monárquicos que esclavizaron a los mexicanos por más de 300 años y moriría la república y la libertad. Por su parte, a Anastasio Bustamante se le denostaba de que «era como el agua, insípido, inoloro e incoloro», ya que no se sabía, a ciencia cierta, si estaba a favor de la monarquía o de la nueva república, por lo que no se debería votar por él, ya que pondría en riesgo la propia independencia de la naciente nación.
Esta elección fue «ganada» por Manuel Gómez Pedraza, pero ante las acusaciones de fraude electoral, la elección fue anulada por el Congreso nacional y, en consecuencia, fue nombrado Vicente Guerrero como el primer Presidente electo de México y Anastasio Bustamante como Vicepresidente, en virtud de haber obtenido el segundo y tercer lugar en votación, respectivamente.
El 17 de noviembre de 1929, después de la muerte de Álvaro Obregón, se realizaron elecciones extraordinarias para elegir al Presidente de la república. En estas participaron Pascual Ortiz Rubio, candidato del Partido Nacional Revolucionario (pnr), José Vasconcelos, por parte del Partido Nacional Antirreeleccionista, y Pedro Rodríguez Triana, del Partido Comunista Mexicano. En esta ocasión, también se apeló a la estrategia del miedo para tratar de ganar votos y llegar al poder.
La campaña electoral del pnr se orientó no solo a desprestigiar a Vasconcelos, al ligarlo al conservadurismo, sino a infundir temor entre los ciudadanos ante la presunción de que, si llegaba al poder, los logros de la Revolución mexicana, como el reparto agrario y la educación pública estaban en riesgo de desaparecer. También se apeló en esta elección al miedo de los electores al comunismo representado por el candidato Rodríguez Triana. Al final de este proceso, a Pascual Ortiz Rubio se le reconoció el triunfo con 93.55% de los votos; Vasconcelos obtuvo 5.3%; y Pedro Rodríguez Triana, 1.12%.
El 2 de julio de 2006, en época más reciente, se realizaron elecciones presidenciales en las que participaron cinco candidatos: Andrés Manuel López Obrador (amlo) de la coalición «Por el Bien de Todos», integrada por el Partido de la Revolución Democrática, el Partido del Trabajo y el partido Convergencia; Felipe Calderón Hinojosa del Partido Acción Nacional (pan); Roberto Campa Cifrián del Partido Nueva Alianza; Patricia Mercado del Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina; y Roberto Madrazo Pintado de la coalición electoral denominada «Alianza por México», conformada por el Partido Revolucionario Institucional y el Partido Verde Ecologista de México.
Esta campaña se caracterizó por los ataques y descalificaciones entre los contendientes y, sobre todo, se impulsó una campaña de miedo por parte del pan y la «Alianza por México» en contra del candidato de la coalición «Por el Bien de Todos». Durante esta campaña electoral, sobre todo en medios de comunicación masiva, como la televisión y la radio, se señalaba que López Obrador representaba «un peligro para México», ya que de ganar la elección se desataría una severa crisis económica, habría desempleo, cierre de empresas, devaluación del peso, una hiperinflación y fuga de divisas, entre otras consecuencias. Por su parte, los simpatizantes de amlo señalaban que, de volver a ganar el pan la Presidencia de la república, se anularían las libertades democráticas y se criminalizarían las luchas sociales, se ponían en riesgo el Estado laico y la soberanía energética de la nación. Al final, de acuerdo con las autoridades electorales, Felipe Calderón obtuvo 35.89% de los votos; López Obrador, 35.31%; Roberto Madrazo, 22.26%; Patricia Mercado, 2.70%; y Roberto Campa Cifrián, 0.96%.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
Apelar al miedo de los votantes ha sido una estrategia utilizada por partidos y candidatos en democracia con el fin de poder ganar las elecciones y evitar que sus competidores obtengan la mayoría de los votos. Esta maniobra ha sido usada tanto por partidos considerados de derecha como de centro o de izquierda del espectro político a nivel global.
En el caso de México, la historia de las campañas electorales presidenciales es la historia del uso del miedo como estrategia de persuasión usado por partidos y candidatos para tratar de ganar votos a favor de su causa y evitar que los adversarios accedan a los puestos de representación pública. En algunos casos, la estrategia ha dado los resultados esperados por sus impulsores (1828, 1929 y 2006) y en algunos otros no (2012 y 2024), ya que no toda campaña centrada en el uso del miedo como estrategia persuasiva asegura en automático el éxito en las elecciones.
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RERENCIAS
Fernández, Rubén (2006). La política del miedo. Recuperado de www.nodo50.org/ellibertario/40rubenf.htm el 16 de abril de 2006.
Hilb, Claudia (2005). La significación política del miedo en la teoría política moderna y contemporánea. Argentina: Cuadernos Universitarios.
Hobbes, Thomas (1987). Del ciudadano y Leviatán. Estudio preliminar y antología de Enrique Tierno Galván. Traducción de Enrique Tierno Galván y M. Sánchez Sarto. Madrid: Editorial Tecnos.
Mira y López, Emilio (1957). Manual de psicología política. México, D. F.: Editorial Salvat.
Quintanar Díez, Manuel (1998). La eximente de miedo insuperable. Madrid: Edersa.
Robin, Corey (2004). Fear: the history of a political idea. Nueva York: Oxford University Press.
Rodríguez Kauth, Ángel (2004). «El miedo, motor de la historia individual y colectiva», Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, Universidad Complutense de Madrid.
Sartre, Jean-Paul (1978). La trascendencia del ego. Editorial Síntesis. Colombia.
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Autor
Andrés Valdez Zepeda
Académico de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado El ABC de las precampañas, Gerencia de campañas electorales y Campañas electorales lúdicas: ganar el poder en la era del entretenimiento, andres.zepeda@cusur.udg.mx

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Punto Dorsal #5
Monstruos de nosotrxs mismxs
Reflexiones políticas y culturales del miedo