Era el Monterrey balbuciente de modernidad, la Macroplaza tenía un año de construida, así que toda una serie de edificaciones gubernamentales se dispusieron alrededor de la gran superficie de adoquín y estatuas (400,000 metros cuadrados). Comparada entonces con la Plaza Roja de Moscú, considerada en aquellas épocas la de mayores dimensiones, hoy totalmente superada por las plazas públicas de las principales ciudades chinas. En ese entorno nació la Biblioteca Central del Estado «Fray Servando Teresa de Mier», un 28 de mayo de 1986, la cual a lo largo de los años ha sido un asidero de los amantes de la lectura y un refugio para quienes buscaban afanosamente un espacio para el ocio cultural.
En el caso de cualquier estudiante, la existencia de la Biblioteca Central solía llegar en aquellos años como una sugerencia de las maestras de literatura o matemáticas de la preparatoria. Si decidías aventurarte, ir al centro de Monterrey constituía una experiencia nueva: traspasar las puertas de entrada de la Fray Servando y enfrentarse a un fichero bibliográfico que solo podrías ir dominando con el paso del tiempo.
Aunque esas herramientas ya quedaron atrás, las tarjetas del fichero dejaron su huella olfativa, el olor a encierro del conocimiento. La clasificación Dewey era velozmente capturada por la pluma BIC negra, punta gruesa y cuerpo transparente, en que se alcanzaba a ver el nivel de la tinta. Anotadas las clasificaciones de los libros buscados, había que ubicar la sala propicia, la sección de la biblioteca que correspondía al texto que se necesitaba para documentarse. Así se iba identificando con el paso de los años la sección de libros de consulta (diccionarios, enciclopedias), la de ciencias naturales (biología, química, geología, matemáticas) o la sala general en donde podían encontrarse libros de literatura, filosofía, arte, psicología y demás.
Treinta y seis años después, la Biblioteca Central es un fabuloso punto de encuentro, un espacio multimodal al que asisten niñas y niños, al que acuden cronistas del estado a compartir el conocimiento de su terruño, en donde se desarrollan charlas periódicas sobre temas capitales para la humanidad, en donde hay un cine club y se desarrollan eventos en el auditorio: conferencias, premiaciones y simposios.
La Fray Servando ha vivido la transición digital de una manera que podríamos considerar grácil. Ante la animosidad que produjo la aparición de la internet y las redes sociales, la Biblioteca hubo de adaptarse a las demandas de la población. De tal suerte, se abrieron dos salas con computadoras donadas por una conocida compañía telefónica, se dispuso de personal de servicio social para la atención de las personas que por diversas razones debían conectarse para revisar opciones de trabajo, navegar por los buscadores, redactar una demanda o un mensaje para su persona amada.
¡Cuántos libros maravillosos pueden encontrarse en la Biblioteca Central! En ella se puede hallar el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, una adaptación porteña de la Divina Comedia con sus protagonistas camuflados por seudónimos, sus siete niveles de inframundo y la plástica del idioma en lunfardo. Otro libro impactante que se puede leer es El primer hombre de Albert Camus, un relato autobiográfico dejado inconcluso por el ganador del Nobel, el manuscrito fue encontrado en el maletero del coche en donde tuvo su trágico deceso. Siempre ha sido placentero vagar por los pasillos de los anaqueles de libros, husmear y adentrarse en las diferentes colecciones, como la aguja en el pajar, para luego, de súbito, sorprenderse de la joya de libro que se puede llevar de préstamo durante una semana.
Aunque en eso de los préstamos hay clientes morosos, los cuales pueden llegar a ser suspendidos de sus derechos para préstamo a domicilio por la tardanza en la devolución de libros. Además, hay que escuchar las palabras y mirar el rostro adusto del Mago, el gentil bibliotecario, y solamente sentir pena. Así tiene que ser, el que la hace la paga, y si eso te llega a pasar no quedará más que seguir yendo a la Biblioteca Central para conocer las nuevas incorporaciones al acervo y ensoñar que los dan a préstamo mientras los lees en sala.
La Biblioteca Central ha pasado por muchas pruebas de supervivencia. Se cuenta que un día, cuando se celebraba un hecho que nos dio patria, las chispas de los fuegos artificiales alcanzaron plafones del edificio de la administración estatal, contiguo a la Biblioteca, por lo cual se desató el siniestro sin haber afectado el acervo. En otras ocasiones fueron las terribles goteras que, nada más al desencadenarse la temporada de lluvias, movían a la clausura de los estantes por medio de sábanas plásticas transparentes en la sala general, en prevención de cualquier tipo de chapuzón de las letras, a pesar de que algunas obras se sentirían muy en su elemento, como Moby Dick, La isla del tesoro, Los viajes de Gulliver o 20 mil leguas de viaje submarino.
Sobre este tema, desde la redacción de Punto Dorsal hemos tenido la oportunidad de hablar con la actual dirección de la biblioteca, quien nos ha informado que las autoridades han trabajado en los últimos meses en el mantenimiento de los techos y que además próximamente se renovará por completo el obsoleto sistema de climatización que ha tenido al público lector «sudando la gota gorda».
La Biblioteca Central ostenta un hermoso mural de Gerardo Cantú, donde se expone la fundación de Monterrey y los diferentes simbolismos que describen el ser nuevoleonés. La Fray Servando dispone de dos niveles, un espacio acondicionado para personas con discapacidad, en donde se les enseña el sistema braille, poesía y algunas otras cosas; sus salas de lectura, su ludoteca y el auditorio que mencionamos anteriormente. Sin olvidar que es también la sede de la Red Estatal de Bibliotecas Públicas, la cual cuenta con un equipo especializado y dedicado a coordinar y apoyar a las más de 300 bibliotecas públicas instaladas en los municipios de Nuevo León.
Ahora que vamos saliendo de tiempos de pandemia, recomendamos ver la película La biblioteca (The public, 2018) dirigida por Emilio Estévez. Cuando vivimos en el encierro, la nostalgia y la desesperanza de no saber cuándo volvería el disfrute de los bienes culturales, hacía viajar a las épocas en que se podía devorar la enciclopedia Summa Artis o disfrutar de una película proveniente de la colección disponible en la Biblioteca. De igual forma, la idea de The public demuestra que las bibliotecas son más que espacios hechos para la lectura, son lugares vivos con hombres y mujeres de diferentes orígenes en la eterna lucha por conocerse a sí mismos.
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Redacción
Audio narración: Heber Alanis.