Alrededor de las bibliotecas ronda un fantasma legendario que pareciera no se puede exorcizar. Por más inteligencia artificial, media literacy, alfabetizaciones en recursos novedosos, presencia de las tendencias en boga, a las bibliotecas las persigue un aura tradicional de silencio sepulcral y de miradas serias con ceño fruncido. «Booh», dice el fantasma y «Shhh» exige la biblioteca.
La figura tradicional de las bibliotecas está asociada al conocimiento, la lectura, la investigación y muy de la mano con las escuelas, donde parecieran ser obligación o parte de las tareas diarias, lo que resta en mucho a conectar con la emoción y los bajos fondos del morbo y el descubrimiento, la curiosidad que produce el poder de la imaginación y las posibilidades de la creación activa y la crítica al entorno.
En el otro extremo tenemos los intentos por cambiar este orden de cosas. Basta observar las actividades que el gremio bibliotecario ha desarrollado de unos años a la fecha y que se incrementó durante pandemia: videos en vivo, infografías, servicios abiertos de acompañamiento creativo como los laboratorios y otras actividades rupturistas que buscan conectar con sus comunidades. Esto último ha resultado de gran valía: cambiar el enfoque y poner al centro a las personas. «La verdadera colección de una gran biblioteca pública es ahora la comunidad misma», dice David Lankes. No es dejar lo tradicional de lado, pero sí ampliar miras y abrazar las necesidades actuales de las comunidades que dan vida a una biblioteca.
En el contexto de las bibliotecas escolares es importante insistir en que la colaboración escuela-biblioteca sea real porque las bibliotecas aquí pueden jugar un papel no solo de formación y de complemento, sino de experiencias y detonación de creatividad, espacios para alimentar la curiosidad natural que toda persona necesita cultivar en sus procesos formativos. Habrá que hablar con honestidad y entender que no siempre pasa eso, es aquí donde cobra relevancia el conocimiento de lo que decíamos antes sobre el fantasma de la tradición. Hace mucha falta sacudir la polilla y dar apertura a otras maneras de abordar nuestra necesidad informativa. Si desde las instituciones académicas pasamos de entender una biblioteca como parte de lo obligatorio, de solo consulta, de recinto sagrado a otras modalidades que enfaticen el acompañamiento, la duda, se podrán detonar distintas posibilidades y resultados.
En el «deber ser» las bibliotecas escolares desempeñan un papel fundamental en la construcción de una sociedad lectora. Su importancia radica en su capacidad para proporcionar acceso a la información, fomentar la lectura y desarrollar competencias necesarias para el aprendizaje. Muy bien con ello, pero solo si lo entendemos como acompañamiento, medio, no imposición ni invasión. Además, las bibliotecas escolares deben ir más allá de simples depósitos de libros. En el siglo XXI la lectura se ha transformado, ya no es solo la lectura secuencial de materiales impresos, sino también la lectura hipertextual e hipermedia propia del ciberespacio. En este sentido, las bibliotecas escolares en México deben adaptarse a esta nueva realidad, al ofrecer una variedad de recursos que incluyan tanto materiales impresos como digitales. Si no hay recursos para ello, al menos promover y divulgar el uso de herramientas que existen en medios digitales de manera abierta y gratuita, al adoptar un papel de alfabetización y de vínculo con sus contextos actuales.
En el ideal de las bibliotecas escolares es necesario que se integren de pleno al currículo educativo. Una estrecha colaboración entre bibliotecas escolares y docentes, trabajo en conjunto para diseñar planes de lectura y proyectos que fomenten el pensamiento crítico y la comprensión lectora. Es crucial que las bibliotecas escolares cuenten con personal capacitado para guiar en el uso eficaz de la información y los recursos disponibles, así como en el desarrollo de habilidades de investigación y alfabetización informacional.
En México, la Ley General de Educación establece la obligatoriedad del Estado y las entidades territoriales de garantizar la existencia de bibliotecas escolares. Sin embargo, se carece de desarrollos normativos que regulen su creación, fortalecimiento, estándares mínimos, sostenibilidad, articulación curricular y trabajo en red. Se necesitan acciones para fortalecer la política de calidad educativa, con el reconocimiento del papel fundamental que desempeñan las bibliotecas escolares en el mejoramiento de las competencias comunicativas y las capacidades de acceso y uso de la información.

Al proporcionar acceso a la información, fomentar el hábito de la lectura y desarrollar las competencias necesarias para el aprendizaje a lo largo de la vida, las bibliotecas escolares contribuyen a la construcción de una sociedad más justa, equitativa y democrática. Es imprescindible que el Estado, las instituciones educativas y la sociedad en general reconozcan su importancia y se comprometan a fortalecerlas mediante políticas públicas, inversión en recursos y capacitación del personal.
Las bibliotecas escolares en México enfrentan en su realidad una serie de desafíos que limitan su capacidad para cumplir por completo su función como centros de aprendizaje y fomento a la lectura: integración curricular deficiente (aunque haya buenas intenciones, no se realizan actividades integrales y de importancia que hagan que tanto estudiantes como docentes aprecien el papel de sus bibliotecas como parte fundamental de la formación académica); formación docente inadecuada (muchos y muchas docentes no cuentan con herramientas para motivar a leer o para integrar la biblioteca en sus prácticas de enseñanza de manera óptima, porque solo pedir al alumnado que acuda a la biblioteca no aporta ni incentiva experiencias de vida); carencia de recursos y personal capacitado (la falta de inversión en las bibliotecas escolares se traduce en la escasez de recursos, materiales y humanos: muchas bibliotecas carecen de colecciones actualizadas y diversas, así como de personal capacitado para guiar); desigualdad en el acceso a la información (la disparidad social y económica se refleja también al acceder a la información: las escuelas en zonas rurales o marginadas suelen tener bibliotecas con recursos limitados, lo que perpetúa las brechas educativas); adaptación a la era digital (las posibilidades de aprendizaje se limitan sin internet ni recursos digitales en muchas escuelas); evaluación y medición del impacto (no hay datos que evalúen el impacto de las bibliotecas escolares en el rendimiento académico y el desarrollo de competencias en estudiantes, lo que dificulta la toma de decisiones y la asignación de recursos).
Es crucial que las políticas educativas reconozcan la importancia de la biblioteca escolar como un espacio fundamental para la alfabetización digital y la formación de ciudadanas y ciudadanos competentes en el siglo XXI. Las bibliotecas escolares en México atraviesan un momento de transición en el cual deben adaptarse a las nuevas realidades de lectura y aprendizaje. La transformación digital no solo implica incorporar recursos tecnológicos, sino repensar el rol de la biblioteca escolar en la formación de ciudadanía crítica y preparada para los desafíos del siglo XXI. Una buena práctica al alcance es la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, su promoción y fomento puede incentivar otras prácticas que estimulen la creatividad y aprendizajes de valor para la vida.
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Redacción

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