Bustamante. La culpa no es de los tlaxcaltecas

Un municipio que en sus orígenes fue un asentamiento fronterizo, pero sobre todo un cruce de culturas. Bustamante es una tierra donde el pasado y el presenta se mezclan y persisten.

En el norte la frontera empieza donde termina el agua. Más allá solo sobreviven nómadas, quienes viven apenas con lo indispensable y la sombra de su civilización. Bustamante, Nuevo León, fue en sus orígenes un asentamiento fronterizo, pero sobre todo un cruce de culturas.

Fundado en 1686 con el nombre de San Miguel de Aguayo de la Nueva Tlaxcala, su establecimiento se debe a tlaxcaltecas. Como sus ascendientes se aliaron con Cortés durante la conquista de Tenochtitlan, conservaron privilegios entre los cuales estaba la colonización de tierras, lo que implicaba pacificar a «los indios bárbaros», según las fuentes de la época.

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Las crónicas del siglo XVIII refieren que San Miguel de Aguayo estaba habitado por tlaxcaltecas y alazapas, estos últimos naturales de la región, aunque ya familiarizados con la vida sedentaria y la fe cristiana. Ambos pueblos convivieron y trabajaron la tierra gracias a un ojo de agua que les permitió prosperar al pie de la sierra; muchos años más tarde aquel sitio se considerará un vergel. La prosperidad atrajo las incursiones nómadas, a las que hacían frente una escuadra de caballería tlaxcalteca y otra de alazapas con flechas. Los ataques eran intermitentes y terminarían hasta bien entrada la siguiente centuria.

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El siglo XIX será un periodo de continuidades y cambios. Por ejemplo, fiel a la corona española, según un acta del Ayuntamiento de San Miguel de Aguayo en 1821, el Cabildo se jacta de que la insurrección independentista no tiene impacto en la región y esto solo se puede entender por intervención divina: «no hay, ni ha habido en este pueblo en ningún tiempo de esa mala cizaña por la voluntad de Dios Nuestro Señor que quiso preservarnos de ese contagio». Sin embargo, en 1832, la independencia traerá su formación en villa con el nombre de San Miguel de Bustamante, en honor del presidente Anastasio Bustamante, con lo cual se desvincula del vecino Villaldama. En consecuencia, la forma de Gobierno de la nación, vacilante entre la república federal o central, y el liberalismo triunfante darán al traste con el Cabildo indígena. A pesar de ello, la herencia tlaxcalteca, más que desaparecer, quedará soterrada en las tradiciones y costumbres.

La incertidumbre de vivir en un estado de guerra permanente no detuvo el desarrollo político de la zona. La Nueva Tlaxcala fue una «república de indios» —cuyo antecedente prehispánico fue el altépetl, agua-cerro en náhuatl—, como se les llamaba en aquel tiempo a los lugares regidos por un Cabildo indígena. La población elegía a sus autoridades anualmente y el Gobierno provincial solo las confirmaba. Este era un ejercicio de lo que ahora se llamaría elección por sistema normativo interno. El resultado era un autogobierno que debía lidiar con otros poderes —como estar bajo la jurisdicción del Real San Pedro de Boca de Leones, hoy Villaldama—, pero podía conservar su autonomía en los asuntos locales.

La pervivencia indígena se puede observar en la devoción a la imagen del Señor de Tlaxcala, ubicada en la parroquia San Miguel Arcángel. Esta representación de Cristo crucificado, obra de artistas tlaxcaltecas, es una muestra del sincretismo religioso en la región. El cristianismo del Viejo Mundo se adapta a la sensibilidad indígena y se conjuga en los días de fiesta con las danzas de matachines. La adoración también se presenta en la tradición de las novenas, cuyos primeros testimonios escritos datan de mediados del siglo XIX:

Señor de Tlaxcala,
mi padre y Creador,
escucha los ayes
de mi corazón.

La agricultura y las artesanías fueron el sustento del pueblo frente a aquellos ayes; el «pan nuestro de cada día» de Bustamante es afamado en la región por su sabor, y para olvidar las penas está el mezcal. Que la zona no tenga la denominación de origen de este destilado del agave, no impide que su elaboración centenaria perdure. Las culturas persisten y resisten a pesar de las acotaciones de normas y cánones, las cuales no pueden mantener invariables las tradiciones por decreto.

El descubrimiento de las
Grutas de Bustamante,
en 1906, se atribuye
a un campesino que se
encontraba buscando
palmito en la Sierra de
Gomas.

El descubrimiento de unas grutas en el siglo XX fue el acicate para cambiar al municipio a través del turismo y se incentivó al declararlo Pueblo Mágico. Al margen de destacar sus atractivos naturales, como las mencionadas cavernas o el ojo de agua, habría que resaltar su legado cultural. La recuperación de la memoria de la «república de indios», el altépetl, representa la oportunidad de reconocer un pasado oculto, pero vivo.

Si en el cuento «La culpa es de los tlaxcaltecas » de Elena Garro, los tiempos se dislocan —Tenochtitlan sucumbe de nuevo en el sexenio de López Mateos; los lamentos indígenas se escuchan otra vez en la calzada de Tacuba; el pasado vuelve y dura un instante; el futuro termina en los orígenes—, en Bustamante el ayer indígena permanece casi a ras de suelo, solo hay que saber darle la vuelta al presente y apreciar que la culpa no es de los tlaxcaltecas.

Un pan de Bustamante para la merienda

Será el agua o la tierra donde nace el trigo, serán los viejos nogales o los misterios de la leña. Por su sabor y variedad, el pan de Bustamante es uno de los productos más reconocidos de este municipio y es de consumo frecuente en las mesas y en las convivencias no solo de Nuevo León, sino en toda la región noreste del país.
Las semitas rellenas de corazón de nuez y piloncillo son a la vez herencia de los pueblos tlaxcaltecas, cuya presencia se delata por el uso de hornos de adobe en la elaboración artesanal, así como de los judíos sefardíes, cuyo estilo de panadería sin levadura se arraigó en la región.

Autor

Punto Dorsal
Punto Dorsal, Revista de cultura política es una publicación periódica de difusión de la cultura política y de la participación ciudadana de la Comisión Estatal Electoral Nuevo León.

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